CAPÍTULO
18: Itziar
Se encaminó hacia la entrada y yo la
seguí a los pocos pasos. Cruzamos la imponente puerta y entramos a un vestíbulo
de altos techos. Todo era de piedra, cubierto por decoraciones de arquitectura
gótica y con grandes ventanales, que hacía que la estancia fuera muy luminosa.
Cruzamos el pasillo hasta girar la esquina. Mi abuela tocó a la puerta y ambas
entramos. Era un despacho abarrotado de estanterías repletas de libros y de
todo tipo de objetos. Una mujer alta, de pelo oscuro levantó la cabeza y clavó
su mirada en mí.
-Hola –saludó amablemente. Se acercó
hasta mí y me tendió la mano-. Soy Neliel.
-Samira –contesté mientras le estrechaba
la mano.
-Lo sé, la única con el poder de las
Cinco Brujas.
Sonreí tímidamente.
-Quieres incorporarte a la escuela,
supongo.
-Así es.
-Pues… –unos golpes en la puerta la
interrumpieron.
Nos giramos para ver entrar a dos chicas
y un chico. Ellas eran casi iguales, ambas rubias, delgadas y de ojos claros. Se
diferenciaban porque una de ellas, tenía el pelo corto, que le llegaba hasta la
mandíbula. Por el contrario, la otra llevaba el pelo largo hasta el pecho. Al
lado de esta, se encontraba el chico, algo más alto que las dos hermanas. Era
de pelo corto y ojos verdes, de un tono más grisáceo que los míos, que
resaltaban bajo su tez olivácea.
-¿Se puede? –preguntó la chica de pelo
corto.
-Sí, pasad. –Los tres se quedaron de pie
frente a la directora-. Os he mandado llamar hace rato.
-Hemos venido en cuanto Dania nos ha
avisado –se excusó.
-Está bien. Os imagináis por qué os
llamo, ¿no?
-Puede que una pequeña idea tengamos.
-¿Me vais a explicar lo que ha pasado?
Se quedaron callados, mirándose unos a
otros.
-Ha sido un accidente –habló el chico-.
No sabíamos que iba a explotar.
-No debería haberlo hecho –se unió la
hermana que todavía no había hablado.
-Habéis tenido suerte de que no haya
salido nadie mal parado con vuestra bromita. En cuanto al castigo, me lo estoy
pensando todavía.
Las hermanas resoplaron.
-Neliel, por favor, no nos pongas un
castigo no volverá a pasar.
-Eso ya lo he oído demasiadas veces, me
lo dijisteis con la última que hicisteis. Os acordáis, ¿verdad?
Soltaron una pequeña risotada al
recordarlo.
-Nadie salió herido.
-Hubo que evacuar la escuela entera.
–Dio media vuelta-. Seguiremos hablando más tarde.
-¿Qué es lo que ha pasado esta vez?
–preguntó mi abuela antes de que salieran.
-Una de las pociones nos ha salido un
poco mal –habló el chico.
-Por suerte
no peor que la de la última vez.
-Fue un
accidente.
-¿Qué es lo
que pasó? –pregunté curiosa.
-Resumiendo,
desatamos un gas tóxico.
-Que olía
realmente mal –se unió una de ellas con una pequeña risa.
-Bueno,
Samira –habló Neliel-. Estos son Mayara –señaló a la chica de pelo largo-, Neile
–esta me saludó con la mano-, y él es Ayerai. Serán compañeros tuyos, pero no sé
si deberías juntarte con ellos.
-No le
hagas caso –replicó Neile-. Somos de sacar excelentes en todas las materias.
-Eso es cierto, creo que únicamente no habéis
sido expulsados por vuestras marcas, porque con respecto a vuestra actitud…
-Los estás
pintando peor de lo que son –musitó mi abuela-. No son tan malos chicos,
simplemente les gusta mucho hacer bromas; y experimentar con hechizos que
todavía no conocen.
-Exacto.
Gracias, Irya.
-Iros a
clase, hablaremos más tarde.
Se
despidieron y salieron del despacho.
-Sentaos
–nos indicó.
Miré a
todas partes, sin ver ningún sitio donde poder sentarnos, pero entonces
aparecieron dos sillas frente a nosotras. Las miré sorprendida, parecía que
tendría que habituarme a esto de la magia. Se sentó tras una mesa y sacó un
enorme libro con el nombre de la escuela gravado sobre él. Lo abrió y fue
pasando las páginas. Paró en la primera hoja en blanco.
-Samira
Westwick –dijo mientras escribía el nombre en la hoja-. Diecisiete años,
¿verdad?
-Sí.
-¿Has venido preparada para empezar?
–preguntó mientras cerraba el libro, en el momento que lo hizo este
desapareció.
Me volví hacia mi abuela, sin saber a
qué se refería, no llevaba nada más.
-Necesitas un grimorio –explicó.
-No tengo ninguno. ¿Tengo que comprármelo?
Neliel soltó una pequeña risa.
-Los grimorios se heredan de la familia,
aunque en tu caso tendrás otro, ¿no es así? –dijo dirigiéndose a mi abuela.
-Sí, ella consiguió abrir el grimorio de
Aimara.
-¿Lo hice? –pregunté extrañada.
-Cuando lo tocaste por primera vez,
según parece Aimara lo protegió con un hechizo para que únicamente lo pudiera
ver su verdadera heredera.
Recordé la primera vez que lo había
visto en el desván.
-Pero tú conseguiste abrirlo, cuando me
enseñaste lo de la profecía.
-Sí, pero porque tú ya habías quitado el
hechizo.
-¿Y qué hago si no lo tengo?
-Tráelo –respondió la directora.
-No lo he hecho nunca, ni siquiera puedo
mover un baúl dentro de mi casa, ¿cómo voy a traer el libro hasta aquí?
-Un grimorio está conectado a ti –explicó-.
Te será fácil traerlo, digamos que te obedece sin problemas. Además, el tener
el Gran Poder te hace aprender mucho más rápido y dominar los hechizos antes.
Asentí y me quedé callada, esperando que
alguna de las dos me dijera las palabras que tendría que pronunciar. Pero
Neliel se quedó mirándome, esperando que las pronunciara.
-Grimorie
–me ayudó mi abuela.
Cerré los ojos para concentrarme en el
libro y pronuncié la palabra que me había dicho. Este aterrizó de golpe contra
la mesa, haciendo levantar algo de polvo que tenía, todavía no lo había ojeado.
-Genial, falta dominarlo un poquito,
pero casi lo tienes.
Alargó la mano hasta coger el grimorio, y
lo observó atentamente.
-Vaya, es un grimorio formidable. Aquí
tienes muchísima información –dijo mientras pasaba las hojas. Luego lo cerró y
me lo tendió-. Bueno, no te entretengo más, será mejor que te incorpores a la
clase cuanto antes.
Una hoja con las clases apareció sobre
mi grimorio.
Mi abuela me acompañó hasta la clase que
me tocaba: Hechizos.
-No pensaba que iba a empezar hoy
–comenté mientras caminábamos por el pasillo.
-¿Nerviosa?
-Sí, me siento muy novata en esto. En
realidad, es que lo soy.
-No te preocupes por eso, cogerás las
cosas muy rápido, ya lo verás.
-Pero la gente aquí no parece tan
novata.
-Eso es porque en este momento tú eres
la que más reciente ha conseguido los poderes.
-¿Hace cuánto que vino el último?
-Creo que a principio de curso. Pero en
cualquier momento puede llegar otra persona que sabe menos que tú.
Resoplé, no muy convencida.
-Y los que han entrado en el despacho,
¿hace cuánto que conocen sus poderes?
-Ayerai los consiguió a los quince, y
las dos hermanas a los dieciséis. –paró frente a un aula-. Aquí es, no estés
nerviosa, cielo.
-Lo intentaré.
-Nos vemos más tarde.
Toqué a la puerta y entré, vacilante. Me
sentí como el primer día de instituto cuando todos se volvieron hacia mí. Los
alumnos estaban colocados alrededor de la enorme sala mientras mantenían algún
objeto en el aire. Escruté los rostros de todos ellos, en busca de los chicos
que había entrado en el despacho, y los encontré al final de la fila. La
profesora se acercó a mí, una mujer joven, de mediana altura y con un pelo
castaño que le llegaba hasta los hombros.
-Hola –saludó amablemente-. ¿Eres?
-Samira Westwick.
-Oh, la familia Westwick.
Sonreí cohibida.
-Deja tu grimorio en la estantería y
colócate donde quieras.
-De acuerdo.
Crucé todo el aula hasta llegar a la
estantería que había colocada al fondo, busqué algún hueco donde poder dejar el
libro y luego me coloqué junto a Mayara.
-Hola –saludé en un susurro.
-Hola –contestó-. ¿Lista para empezar?
Me encogí de hombros.
-Soy novata en esto.
-Las clases de hechizos son muy
divertidas.
-Poneros por parejas –ordenó la
profesora.
-¿Quieres ponerte conmigo? –preguntó
Mayara.
-Claro –sonreí.
-Vamos a practicar el hechizo de congelación
que os dije ayer.
Miré a Mayara de reojo.
-No te preocupes, no es difícil de
coger.
Aparecieron un montón de objetos al
principio de la clase, junto a la profesora.
-Movere
–musitó, y cada objeto se posicionó frente a una pareja.
Observé con desconfianza la silla que
teníamos delante.
-Supongo que todos os acordaréis de cómo
era el hechizo.
-Congleo
–me indicó Mayara.
-Ir practicando –dijo mientras se
paseaba por la clase.
Mi compañera repitió la palabra mientras
abría ligeramente la palma de la mano, y la silla se congeló poco a poco frente
a nosotras.
-Prueba ahora tú.
-Congleo
–musité, pero no pasó nada. Miré a Mayara de reojo y me indicó que lo
volviera a intentar-. Congleo.
Continuó sin producirse ningún cambio en
el objeto que teníamos frente a nosotras. Agaché ligeramente la cabeza,
avergonzada.
-Es que no he hecho esto nunca –me
excusé.
-Lo que ocurre es que no te lo crees
–habló la profesora, que estaba detrás de nosotras-, no lo dices con confianza.
Inténtalo otra vez.
-Congleo
–dije esta vez con más énfasis.
Me ardió la marca por unos segundos y la
silla se congeló al instante.
-Vaya, impresionante –me puso una mano
sobre el hombro-. ¿Seguro que no has hecho esto antes?
Sonreí, y negué con la cabeza. Me miré
la marca, que ya había vuelto a su tono normal.
-Aquí tenemos la razón por la cual lo
has cogido tan rápido –dijo mientras me cogía de la muñeca-. Eres una de las
Cinco Brujas, la última que queda.
Me mordí el labio al ver a toda la clase
girada hacia nosotros.
-Eres la última bruja –exclamó Neile
sorprendida, lo dijo como si fuera un nombre-. La que nos mantiene a todos con
vida.
Prefería simplemente el hecho de que era
una de las Cinco Brujas, dejando aparte que gracias a mí ellos seguían con
vida, me parecía demasiada responsabilidad, porque yo apenas sabía de todo
esto, todavía me sorprendía si una silla desaparecía delante de mis narices, y
no sabía más de dos hechizos.
-Seguir practicando, en cuanto lo
tengáis empezaremos con objetos más difíciles.
La clase acabó y cada uno recogió su
grimorio.
-Creo que también coincidimos en Pociones
–dijo Mayara comparando nuestros horarios-. Pero en Historia no.
Me devolvió la hoja y me encaminé junto
a ellos hacia la siguiente hora.
-¿Y cómo fue? –preguntó Neile con pura
curiosidad.
-¿Cómo fue qué?
-Lo de descubrir tus poderes, dicen que
para vosotras es distinto.
-Sí, bueno, fue algo horrible, la
verdad. Tuve durante meses pesadillas en las que Aimara…
-La última bruja que tuvo los poderes
–me interrumpió.
-Sí, ella me mostraba cómo habían
asesinado a otras brujas con el Gran poder –dije, según lo que mis padres me
habían explicado-, intentando matarme a mí.
Resopló.
-Sí que debió ser horrible.
-Además –continué-, aparecía de vez en
cuando. Yo pensaba que me estaba volviendo loca. Hasta que en una de las
pesadillas me mostró su muerte, y en el momento que desperté la marca se creó
en mi muñeca.
-Es peor de lo que nos habían contado en
Historia –musitó Mayara.
-¿Y la marca te dolió? –preguntó Ayerai.
-Sí, mucho, era como si me la estuvieran
forjando con fuego.
Hizo una mueca.
En ese momento llegamos a la clase de
pociones, donde las mesas estaban repartidas por parejas, y sobre cada una de
ellas había una olla antigua. Antes de que nos dirigiéramos al final del aula
noté cómo una fuerza que no podía ver me intentaba quitar el grimorio de entre
los brazos. Lo cogí con fuerza durante unos segundos, pero al ver que todos lo
dejaban ir los imité. A mi lado mis compañeros resoplaron.
-¿Qué significa esto?
-Que la profesora O’Brian nos pondrá al
azar.
Los grimorios se elevaron en el aire, empezaron a dar vueltas y se
fueron emparejando y colocándose en una mesa. Vi el mío colocarse en segunda
fila junto a otro. Cuando todos se hubieron situado cada uno fue a sentarse en
su sitio. Ayerai se colocó junto a mí y me dedicó una sonrisa. Detrás de
nosotras se colocaron las dos hermanas.
La profesora O’Brian entró por la puerta en ese momento. Era una mujer
bajita y algo gruesa, de una edad con la que no le permitirían seguir dando
clase en un instituto normal. Dejó su grimorio sobre la mesa y nos observó
atentamente.
-Vaya, creo que ha habido algún problema. Señoritas Desmond, no os quiero junto al señorito
Fox. Cambiaos una fila más, por favor.
-Oh, venga –replicó Neile-. No vamos a
hacer nada malo.
-Atrás –repitió fríamente.
Estas cedieron y se cambiaron por la
pareja que tenían detrás.
-Una vez que ya están todos colocados,
vamos a empezar. Hoy aprenderemos a hacer una poción curativa –unas flores
marchitas aparecieron en cada mesa-. Tendrán que mezclar las hierbas que tienen
en la mesa y las instrucciones, si atendieron en la última clase y tomaron nota
de lo que expliqué, las encontrarán en vuestros grimorios.
Observé los botes que teníamos delante,
en ellos había hierbas de todo tipo y colores. Ayerai abrió su grimorio y
rebuscó por las últimas páginas.
-¿No lo tienes? –pregunté al ver que no
encontraba nada.
-Puede que en la última clase no
prestara mucha atención.
-Es decir, que no lo tienes –abrí mi
grimorio-. Seguramente entre todo esto haya algo.
Él se acercó más a mí y ambos ojeamos
las páginas en busca de algo útil.
-Aquí está –dijo él-. Poción curativa.
Seguimos las instrucciones que Aimara
había indicado y con ello pude conocer algunas plantas, como la skafrodita, que era de un color rosa
chillón.
-¿Qué es lo que falta?
-Solo una pizca de tafitvia –me costó algo conseguir leer el nombre.
Ayerai cogió el bote que tenía a su
derecha, pero en el momento que lo echó empezaron a salir burbujas humeantes.
Me aparté rápidamente, con un pequeño grito, levantándome a toda prisa de
taburete.
-¿Qué es lo que pasa por ahí? –dijo la
profesora mientras se acercaba hacia nuestra fila de mesas-. Espero que no sea
alguna bromita, señorito Fox.
-No, no lo es –contestó rápidamente-.
Creo que no lo hemos hecho bien.
La profesora se acercó y poco a poco las
burbujas y el humo fueron aumentando.
-Debexto –murmuró, y la poción fue
rebajándose hasta quedar en un simple líquido-. ¿Se puede saber qué ha pasado?
-No sé –susurré-. Hemos seguido los pasos tal
y cómo ponía.
Cogió el grimorio de Ayerai y empezó buscar
entre las hojas las instrucciones que debería tener apuntadas.
-¿Dónde está lo que debería haber apuntado?
-No lo hice.
-¿Y de dónde lo ha mirado?
-De mi grimorio –contesté.
Alargó la mano para que se lo tendiera. Lo
hice y miró la página por la que estaba abierto.
-Samira Westwick, ¿no? –me miró por encima de
sus gafas-. Una de las Cinco Brujas, que ha heredado este magnífico grimorio de
la anterior propietaria del Gran Poder –asentí levemente-. ¿Hace cuánto que
conoce su poder?
Agaché la cabeza.
-Unos tres días.
-¿Y piensa que con solo tres días puede llegar
a hacer una poción de tal nivel?
-Pensaba que era el mismo –habló Ayerai, en
primera persona, intentando quitarme la culpa.
Se volvió hacia él.
-Está claro que la culpa es de usted, señorito
Fox, dado que debería haber apuntado lo que expliqué. Pero probablemente
estaría riendo con sus compañeras.
-Lo siento –se disculpó.
Se giró de nuevo hacia mí.
-No le castigaré, tan solo porque la señorita
Westwick es nueva en esto. Pueden ir recogiendo.
Limpiamos el estropicio. En realidad fue él
quien lo hizo, tan solo con un par de palabras todo se quedó tal y como lo
habíamos encontrado. Recogimos nuestros libros y salimos de clase.
-Siento lo que ha pasado –murmuré-. En parte
era culpa de los dos.
-No pasa nada, debería haber tomado apuntes.
Pero de todas formas no te lo tomes a mal, esta profesora siempre ha sido muy
dura.
-Te has llevado una buena bronca, ¿eh, Ayerai?
–dijo Neile risueña cuando salieron de la clase.
-Tú has tenido suerte de estar con tu hermana.
-Os avisé de que deberías haber tomado apuntes
–habló esta. Luego se volvió hacia mí-. No ha sido una clase muy buena para ser
tu primer día, ¿no?
-No mucho, la verdad.
-A clase –nos ordenó una profesora que pasaba
por el pasillo, ya desierto, dado que Mayara y Neile habían salido las últimas.
Observé mi horario, en busca de algo que me
indicara la clase, aunque sabía que en aquella escuela me perdería incluso más
que en el instituto.
-Si quieres te podemos acompañar a tu clase de
historia, creo que está junto a la nuestra –dijo Ayerai.
-De acuerdo.
Nos encaminamos hacia la última hora, en la
que aprendería algunas cosas sobre la historia de la magia. Llegamos hasta un
pasillo en el que tan solo se veían dos clases, una frente a la otra. En una de
ellas vi a mi abuela y en la otra había otra mujer, esta era bajita, de pelo
corto. Aparentaba tener unos cincuenta años.
-Nos vemos luego –se despidieron mientras
entraban en la clase en la que se encontraba mi abuela.
Yo me dirigí hacia el aula de enfrente.