sábado, 30 de junio de 2012

CAPÍTULO 18


CAPÍTULO 18: Itziar
Se encaminó hacia la entrada y yo la seguí a los pocos pasos. Cruzamos la imponente puerta y entramos a un vestíbulo de altos techos. Todo era de piedra, cubierto por decoraciones de arquitectura gótica y con grandes ventanales, que hacía que la estancia fuera muy luminosa. Cruzamos el pasillo hasta girar la esquina. Mi abuela tocó a la puerta y ambas entramos. Era un despacho abarrotado de estanterías repletas de libros y de todo tipo de objetos. Una mujer alta, de pelo oscuro levantó la cabeza y clavó su mirada en mí.
-Hola –saludó amablemente. Se acercó hasta mí y me tendió la mano-. Soy Neliel.
-Samira –contesté mientras le estrechaba la mano.
-Lo sé, la única con el poder de las Cinco Brujas.
Sonreí tímidamente.
-Quieres incorporarte a la escuela, supongo.
-Así es.
-Pues… –unos golpes en la puerta la interrumpieron.
Nos giramos para ver entrar a dos chicas y un chico. Ellas eran casi iguales, ambas rubias, delgadas y de ojos claros. Se diferenciaban porque una de ellas, tenía el pelo corto, que le llegaba hasta la mandíbula. Por el contrario, la otra llevaba el pelo largo hasta el pecho. Al lado de esta, se encontraba el chico, algo más alto que las dos hermanas. Era de pelo corto y ojos verdes, de un tono más grisáceo que los míos, que resaltaban bajo su tez olivácea.
-¿Se puede? –preguntó la chica de pelo corto.
-Sí, pasad. –Los tres se quedaron de pie frente a la directora-. Os he mandado llamar hace rato.
-Hemos venido en cuanto Dania nos ha avisado –se excusó.
-Está bien. Os imagináis por qué os llamo, ¿no?
-Puede que una pequeña idea tengamos.
-¿Me vais a explicar lo que ha pasado?
Se quedaron callados, mirándose unos a otros.
-Ha sido un accidente –habló el chico-. No sabíamos que iba a explotar.
-No debería haberlo hecho –se unió la hermana que todavía no había hablado.
-Habéis tenido suerte de que no haya salido nadie mal parado con vuestra bromita. En cuanto al castigo, me lo estoy pensando todavía.
Las hermanas resoplaron.
-Neliel, por favor, no nos pongas un castigo no volverá a pasar.
-Eso ya lo he oído demasiadas veces, me lo dijisteis con la última que hicisteis. Os acordáis, ¿verdad?
Soltaron una pequeña risotada al recordarlo.
-Nadie salió herido.
-Hubo que evacuar la escuela entera. –Dio media vuelta-. Seguiremos hablando más tarde.
-¿Qué es lo que ha pasado esta vez? –preguntó mi abuela antes de que salieran.
-Una de las pociones nos ha salido un poco mal –habló el chico.
-Por suerte no peor que la de la última vez.
-Fue un accidente.
-¿Qué es lo que pasó? –pregunté curiosa.
-Resumiendo, desatamos un gas tóxico.
-Que olía realmente mal –se unió una de ellas con una pequeña risa.
-Bueno, Samira –habló Neliel-. Estos son Mayara –señaló a la chica de pelo largo-, Neile –esta me saludó con la mano-, y él es Ayerai. Serán compañeros tuyos, pero no sé si deberías juntarte con ellos.
-No le hagas caso –replicó Neile-. Somos de sacar excelentes en todas las materias.
 -Eso es cierto, creo que únicamente no habéis sido expulsados por vuestras marcas, porque con respecto a vuestra actitud…
-Los estás pintando peor de lo que son –musitó mi abuela-. No son tan malos chicos, simplemente les gusta mucho hacer bromas; y experimentar con hechizos que todavía no conocen.
-Exacto. Gracias, Irya.
-Iros a clase, hablaremos más tarde.
Se despidieron y salieron del despacho.
-Sentaos –nos indicó.
Miré a todas partes, sin ver ningún sitio donde poder sentarnos, pero entonces aparecieron dos sillas frente a nosotras. Las miré sorprendida, parecía que tendría que habituarme a esto de la magia. Se sentó tras una mesa y sacó un enorme libro con el nombre de la escuela gravado sobre él. Lo abrió y fue pasando las páginas. Paró en la primera hoja en blanco.
-Samira Westwick –dijo mientras escribía el nombre en la hoja-. Diecisiete años, ¿verdad?
-Sí.
-¿Has venido preparada para empezar? –preguntó mientras cerraba el libro, en el momento que lo hizo este desapareció.
Me volví hacia mi abuela, sin saber a qué se refería, no llevaba nada más.
-Necesitas un grimorio –explicó.
-No tengo ninguno. ¿Tengo que comprármelo?
Neliel soltó una pequeña risa.
-Los grimorios se heredan de la familia, aunque en tu caso tendrás otro, ¿no es así? –dijo dirigiéndose a mi abuela.
-Sí, ella consiguió abrir el grimorio de Aimara.
-¿Lo hice? –pregunté extrañada.
-Cuando lo tocaste por primera vez, según parece Aimara lo protegió con un hechizo para que únicamente lo pudiera ver su verdadera heredera.
Recordé la primera vez que lo había visto en el desván.
-Pero tú conseguiste abrirlo, cuando me enseñaste lo de la profecía.
-Sí, pero porque tú ya habías quitado el hechizo.
-¿Y qué hago si no lo tengo?
-Tráelo –respondió la directora.
-No lo he hecho nunca, ni siquiera puedo mover un baúl dentro de mi casa, ¿cómo voy a traer el libro hasta aquí?
-Un grimorio está conectado a ti –explicó-. Te será fácil traerlo, digamos que te obedece sin problemas. Además, el tener el Gran Poder te hace aprender mucho más rápido y dominar los hechizos antes.
Asentí y me quedé callada, esperando que alguna de las dos me dijera las palabras que tendría que pronunciar. Pero Neliel se quedó mirándome, esperando que las pronunciara.
-Grimorie –me ayudó mi abuela.
Cerré los ojos para concentrarme en el libro y pronuncié la palabra que me había dicho. Este aterrizó de golpe contra la mesa, haciendo levantar algo de polvo que tenía, todavía no lo había ojeado.
-Genial, falta dominarlo un poquito, pero casi lo tienes.
Alargó la mano hasta coger el grimorio, y lo observó atentamente.
-Vaya, es un grimorio formidable. Aquí tienes muchísima información –dijo mientras pasaba las hojas. Luego lo cerró y me lo tendió-. Bueno, no te entretengo más, será mejor que te incorpores a la clase cuanto antes.
Una hoja con las clases apareció sobre mi grimorio.
Mi abuela me acompañó hasta la clase que me tocaba: Hechizos.
-No pensaba que iba a empezar hoy –comenté mientras caminábamos por el pasillo.
-¿Nerviosa?
-Sí, me siento muy novata en esto. En realidad, es que lo soy.
-No te preocupes por eso, cogerás las cosas muy rápido, ya lo verás.
-Pero la gente aquí no parece tan novata.
-Eso es porque en este momento tú eres la que más reciente ha conseguido los poderes.
-¿Hace cuánto que vino el último?
-Creo que a principio de curso. Pero en cualquier momento puede llegar otra persona que sabe menos que tú.
Resoplé, no muy convencida.
-Y los que han entrado en el despacho, ¿hace cuánto que conocen sus poderes?
-Ayerai los consiguió a los quince, y las dos hermanas a los dieciséis. –paró frente a un aula-. Aquí es, no estés nerviosa, cielo.
-Lo intentaré.
-Nos vemos más tarde.
Toqué a la puerta y entré, vacilante. Me sentí como el primer día de instituto cuando todos se volvieron hacia mí. Los alumnos estaban colocados alrededor de la enorme sala mientras mantenían algún objeto en el aire. Escruté los rostros de todos ellos, en busca de los chicos que había entrado en el despacho, y los encontré al final de la fila. La profesora se acercó a mí, una mujer joven, de mediana altura y con un pelo castaño que le llegaba hasta los hombros.
-Hola –saludó amablemente-. ¿Eres?
-Samira Westwick.
-Oh, la familia Westwick.
Sonreí cohibida.
-Deja tu grimorio en la estantería y colócate donde quieras.
-De acuerdo.
Crucé todo el aula hasta llegar a la estantería que había colocada al fondo, busqué algún hueco donde poder dejar el libro y luego me coloqué junto a Mayara.
-Hola –saludé en un susurro.
-Hola –contestó-. ¿Lista para empezar?
Me encogí de hombros.
-Soy novata en esto.
-Las clases de hechizos son muy divertidas.
-Poneros por parejas –ordenó la profesora.
-¿Quieres ponerte conmigo? –preguntó Mayara.
-Claro –sonreí.
-Vamos a practicar el hechizo de congelación que os dije ayer.
Miré a Mayara de reojo.
-No te preocupes, no es difícil de coger.
Aparecieron un montón de objetos al principio de la clase, junto a la profesora.
-Movere –musitó, y cada objeto se posicionó frente a una pareja.
Observé con desconfianza la silla que teníamos delante.
-Supongo que todos os acordaréis de cómo era el hechizo.
-Congleo –me indicó Mayara.
-Ir practicando –dijo mientras se paseaba por la clase.
Mi compañera repitió la palabra mientras abría ligeramente la palma de la mano, y la silla se congeló poco a poco frente a nosotras.
-Prueba ahora tú.
-Congleo –musité, pero no pasó nada. Miré a Mayara de reojo y me indicó que lo volviera a intentar-. Congleo.
Continuó sin producirse ningún cambio en el objeto que teníamos frente a nosotras. Agaché ligeramente la cabeza, avergonzada.
-Es que no he hecho esto nunca –me excusé.
-Lo que ocurre es que no te lo crees –habló la profesora, que estaba detrás de nosotras-, no lo dices con confianza. Inténtalo otra vez.
-Congleo –dije esta vez con más énfasis.
Me ardió la marca por unos segundos y la silla se congeló al instante.
-Vaya, impresionante –me puso una mano sobre el hombro-. ¿Seguro que no has hecho esto antes?
Sonreí, y negué con la cabeza. Me miré la marca, que ya había vuelto a su tono normal.
-Aquí tenemos la razón por la cual lo has cogido tan rápido –dijo mientras me cogía de la muñeca-. Eres una de las Cinco Brujas, la última que queda.
Me mordí el labio al ver a toda la clase girada hacia nosotros.
-Eres la última bruja –exclamó Neile sorprendida, lo dijo como si fuera un nombre-. La que nos mantiene a todos con vida.
Prefería simplemente el hecho de que era una de las Cinco Brujas, dejando aparte que gracias a mí ellos seguían con vida, me parecía demasiada responsabilidad, porque yo apenas sabía de todo esto, todavía me sorprendía si una silla desaparecía delante de mis narices, y no sabía más de dos hechizos.
-Seguir practicando, en cuanto lo tengáis empezaremos con objetos más difíciles.
La clase acabó y cada uno recogió su grimorio.
-Creo que también coincidimos en Pociones –dijo Mayara comparando nuestros horarios-. Pero en Historia no.
Me devolvió la hoja y me encaminé junto a ellos hacia la siguiente hora.
-¿Y cómo fue? –preguntó Neile con pura curiosidad.
-¿Cómo fue qué?
-Lo de descubrir tus poderes, dicen que para vosotras es distinto.
-Sí, bueno, fue algo horrible, la verdad. Tuve durante meses pesadillas en las que Aimara…
-La última bruja que tuvo los poderes –me interrumpió.
-Sí, ella me mostraba cómo habían asesinado a otras brujas con el Gran poder –dije, según lo que mis padres me habían explicado-, intentando matarme a mí.
Resopló.
-Sí que debió ser horrible.
-Además –continué-, aparecía de vez en cuando. Yo pensaba que me estaba volviendo loca. Hasta que en una de las pesadillas me mostró su muerte, y en el momento que desperté la marca se creó en mi muñeca.
-Es peor de lo que nos habían contado en Historia –musitó Mayara.
-¿Y la marca te dolió? –preguntó Ayerai.
-Sí, mucho, era como si me la estuvieran forjando con fuego.
Hizo una mueca.
En ese momento llegamos a la clase de pociones, donde las mesas estaban repartidas por parejas, y sobre cada una de ellas había una olla antigua. Antes de que nos dirigiéramos al final del aula noté cómo una fuerza que no podía ver me intentaba quitar el grimorio de entre los brazos. Lo cogí con fuerza durante unos segundos, pero al ver que todos lo dejaban ir los imité. A mi lado mis compañeros resoplaron.
-¿Qué significa esto?
-Que la profesora O’Brian nos pondrá al azar.
Los grimorios se elevaron en el aire, empezaron a dar vueltas y se fueron emparejando y colocándose en una mesa. Vi el mío colocarse en segunda fila junto a otro. Cuando todos se hubieron situado cada uno fue a sentarse en su sitio. Ayerai se colocó junto a mí y me dedicó una sonrisa. Detrás de nosotras se colocaron las dos hermanas.
La profesora O’Brian entró por la puerta en ese momento. Era una mujer bajita y algo gruesa, de una edad con la que no le permitirían seguir dando clase en un instituto normal. Dejó su grimorio sobre la mesa y nos observó atentamente.
-Vaya, creo que ha habido algún problema. Señoritas Desmond, no os quiero junto al señorito Fox. Cambiaos una fila más, por favor.
-Oh, venga –replicó Neile-. No vamos a hacer nada malo.
-Atrás –repitió fríamente.
Estas cedieron y se cambiaron por la pareja que tenían detrás.
-Una vez que ya están todos colocados, vamos a empezar. Hoy aprenderemos a hacer una poción curativa –unas flores marchitas aparecieron en cada mesa-. Tendrán que mezclar las hierbas que tienen en la mesa y las instrucciones, si atendieron en la última clase y tomaron nota de lo que expliqué, las encontrarán en vuestros grimorios.
Observé los botes que teníamos delante, en ellos había hierbas de todo tipo y colores. Ayerai abrió su grimorio y rebuscó por las últimas páginas.
-¿No lo tienes? –pregunté al ver que no encontraba nada.
-Puede que en la última clase no prestara mucha atención.
-Es decir, que no lo tienes –abrí mi grimorio-. Seguramente entre todo esto haya algo.
Él se acercó más a mí y ambos ojeamos las páginas en busca de algo útil.
-Aquí está –dijo él-. Poción curativa.
Seguimos las instrucciones que Aimara había indicado y con ello pude conocer algunas plantas, como la skafrodita, que era de un color rosa chillón.
-¿Qué es lo que falta?
-Solo una pizca de tafitvia –me costó algo conseguir leer el nombre.
Ayerai cogió el bote que tenía a su derecha, pero en el momento que lo echó empezaron a salir burbujas humeantes. Me aparté rápidamente, con un pequeño grito, levantándome a toda prisa de taburete.
-¿Qué es lo que pasa por ahí? –dijo la profesora mientras se acercaba hacia nuestra fila de mesas-. Espero que no sea alguna bromita, señorito Fox.
-No, no lo es –contestó rápidamente-. Creo que no lo hemos hecho bien.
La profesora se acercó y poco a poco las burbujas y el humo fueron aumentando.
-Debexto –murmuró, y la poción fue rebajándose hasta quedar en un simple líquido-. ¿Se puede saber qué ha pasado?
-No sé –susurré-. Hemos seguido los pasos tal y cómo ponía.
Cogió el grimorio de Ayerai y empezó buscar entre las hojas las instrucciones que debería tener apuntadas.
-¿Dónde está lo que debería haber apuntado?
-No lo hice.
-¿Y de dónde lo ha mirado?
-De mi grimorio –contesté.
Alargó la mano para que se lo tendiera. Lo hice y miró la página por la que estaba abierto.
-Samira Westwick, ¿no? –me miró por encima de sus gafas-. Una de las Cinco Brujas, que ha heredado este magnífico grimorio de la anterior propietaria del Gran Poder –asentí levemente-. ¿Hace cuánto que conoce su poder?
Agaché la cabeza.
-Unos tres días.
-¿Y piensa que con solo tres días puede llegar a hacer una poción de tal nivel?
-Pensaba que era el mismo –habló Ayerai, en primera persona, intentando quitarme la culpa.
Se volvió hacia él.
-Está claro que la culpa es de usted, señorito Fox, dado que debería haber apuntado lo que expliqué. Pero probablemente estaría riendo con sus compañeras.
-Lo siento –se disculpó.
Se giró de nuevo hacia mí.
-No le castigaré, tan solo porque la señorita Westwick es nueva en esto. Pueden ir recogiendo.
Limpiamos el estropicio. En realidad fue él quien lo hizo, tan solo con un par de palabras todo se quedó tal y como lo habíamos encontrado. Recogimos nuestros libros y salimos de clase.
-Siento lo que ha pasado –murmuré-. En parte era culpa de los dos.
-No pasa nada, debería haber tomado apuntes. Pero de todas formas no te lo tomes a mal, esta profesora siempre ha sido muy dura.
-Te has llevado una buena bronca, ¿eh, Ayerai? –dijo Neile risueña cuando salieron de la clase.
-Tú has tenido suerte de estar con tu hermana.
-Os avisé de que deberías haber tomado apuntes –habló esta. Luego se volvió hacia mí-. No ha sido una clase muy buena para ser tu primer día, ¿no?
-No mucho, la verdad.
-A clase –nos ordenó una profesora que pasaba por el pasillo, ya desierto, dado que Mayara y Neile habían salido las últimas.
Observé mi horario, en busca de algo que me indicara la clase, aunque sabía que en aquella escuela me perdería incluso más que en el instituto.
-Si quieres te podemos acompañar a tu clase de historia, creo que está junto a la nuestra –dijo Ayerai.
-De acuerdo.
Nos encaminamos hacia la última hora, en la que aprendería algunas cosas sobre la historia de la magia. Llegamos hasta un pasillo en el que tan solo se veían dos clases, una frente a la otra. En una de ellas vi a mi abuela y en la otra había otra mujer, esta era bajita, de pelo corto. Aparentaba tener unos cincuenta años.
-Nos vemos luego –se despidieron mientras entraban en la clase en la que se encontraba mi abuela.
Yo me dirigí hacia el aula de enfrente.

viernes, 29 de junio de 2012

CAPÍTULO 17


CAPÍTULO 17: Indecisión
Crucé todo el aparcamiento hasta llegar al edificio en el que me tocaba, y entré en clase de física. Me sorprendí al ver a Eric al final de la clase y fui directa a sentarme con él. Miré el reloj de la muñeca.
-No puede ser, estás aquí cinco minutos antes. El profesor ni siquiera ha entrado.
-Muy graciosa.
-En serio, no es normal en ti estar a esta hora, ¿qué ha pasado?
-Amber ha pasado. No sabes la bronca que me ha echado.
-Es decir, ¿que a partir de ahora serás puntual?
-Sí, al parecer la profesora de castellano la última vez no la dejó entrar.
-Ya se lo advirtió, y ella a ti. Pero no le hiciste ningún caso.
-Buenos días, clase –saludó el profesor al entrar por la puerta. Dejó el maletín sobre la mesa-. ¿Estamos todos? –preguntó-. Excepto el señorito Watson que llegará a su hora puntual –dijo mientras rebuscaba en su maletín.
-No, estoy aquí. Estamos todos.
Levantó la cabeza y miró a Eric con sorpresa.
-Vaya, señorito Watson, ¿qué ha sido de su puntualidad?
Este se rio.
-La he dejado aparte.
-Me parece genial. –Sacó algunos papeles-. Vale, ahora quiero que se pongan por separado, haremos un control.
-¿Qué? –repliqué.
-¿Algún problema, señorita Westwick?
Me tragué mi queja y negué con la cabeza.
-De acuerdo, pues sepárese de su compañero, por favor.
Arrastré la mesa lejos de la de Eric y me senté de nuevo. Saqué un bolígrafo y la calculadora, mientras esperaba a que el profesor Mawson repartiera los exámenes me volví hacia Eric que me dedicó una sonrisa torcida.
-No te pongas nerviosa –susurró-. Intenta entenderlo.
Asentí, con poco convencimiento.
-¿Esto contará mucho? –pregunté cuando dejó una de las hojas sobre mi mesa.
-No se preocupe ahora por eso, céntrese en el examen –esas palabras solo querían decir que con este control me jugaba mucho.
Resoplé. Y destapé el bolígrafo para hacer el examen. Noté cómo mi respiración se aceleraba a medida que iba leyendo las preguntas. No entendía nada y cada vez estaba más nerviosa, y furiosa; lo que no me ayudaba en nada para intentar entender lo que me preguntaban. Respiré un par veces, pero no funcionaba. Miré de arriba abajo el examen, ni siquiera había escrito el nombre. A mi alrededor la gente parecía entenderlo todo sin problemas, sin embargo mi nerviosismo iba en aumento. Puse el nombre y guardé el bolígrafo en el estuche y este en la mochila. Noté la mirada de Eric sobre mí mientras me dirigía hacia el profesor. Dejé el folio sobre la mesa y me encaminé hacia la puerta.
-¿Qué significa esto, señorita Westwick?
-Un examen en blanco, seguro que no es la primare vez que ve uno.
-Vuelva a su sitio e intente hacer algo, esto le contará mucho en la nota.
Sin decir nada salí por la puerta y cerré detrás de mí. Anduve hasta la parte de fuera y me apoyé sobre la pared, en ese momento una enorme oleada de calor me recorrió de arriba abajo. Cerré los ojos un segundo y respiré el frío aire de la mañana. Todavía no entendía qué era lo que acababa de pasar en el aula de física, pero entonces recordé las palabras que mi hermana me había dicho <<los poderes pueden controlar tus emociones, e incluso hacer algo que en realidad no quieres>>
-Genial –musité. Los poderes habían hecho que suspenda la asignatura.
Esperé sentada hasta que tocó el timbre y me dirigí hacia la clase de castellano.
-Hola –me saludó Amber-. ¿Qué tal?
Me senté junto a ella.
-Mal.
-¿Por qué? ¿Qué pasa?
Rodeé el aula con la mirada, tan solo habían dos personas más, en primera fila.
-Es por… –vacilé-. Lo de ser bruja.
-¿Qué es lo que ha pasado?
-Hola –saludó Natasha cuando se acercó a nosotras-. ¿Qué tal?
Miré a Amber, indicándole que luego se lo contaría todo.
-Bien –contesté.
La profesora entró en clase y nos volvimos hacia ella.
Sonó el timbre y salí junto a Amber y Natasha hacia la cafetería.
-Samira –la voz de Eric me llamó desde detrás.
Suspiré y me volví hacia él.
-¿Estás bien?
-Sí –dije aparentando total naturalidad.
-¿Qué es lo que ha pasado en la clase de  física?
Me encogí de hombros.
-No sabía contestar a las preguntas, eso es todo. No entendía nada.
Me acercó a él.
-Te dije que no te pusieras nerviosa. Apenas lo has intentado, a los cinco minutos te has ido de clase.
Bufé.
-Da igual, tengo la asignatura suspendida.
-Pídele una recuperación –dijo cogiéndome de la mano mientras nos dirigíamos por el aparcamiento hacia la cafetería.
-Dudo mucho que me la haga.
-No estuviste el día que lo explicó, tal vez te dé otra oportunidad.
Nos sentamos en una mesa y almorzamos tranquilamente. Ahora que estaba relajada notaba que el calor que había sentido antes había desaparecido por completo.

Salimos hacia el aparcamiento.
-Vale, cuéntame qué es lo que ha pasado en clase de física –quiso saber Amber.
En todo el día no habíamos tenido ningún momento en el que hubiésemos podido estar solas.
–Lo que ha pasado es que no controlo mis poderes, y al parecer ellos me controlan a mí.
-¿Que te controlan a ti?
-Sí, como si fuera un impulso.
-¿Y qué ha pasado?
-Estaba nerviosa, y los poderes han hecho que mi nerviosismo aumentase. Al final me he levantado, cabreada, sin saber por qué, y le he entregado el examen en blanco. Pero era como si no controlase la situación por completo.
-Así que tus poderes pueden llegar a controlarte –dijo analizando lo que le acababa de contar-. Qué fuerte, ¿no?
-Hola –saludó Eric, ninguna de las dos nos habíamos percatado de que se había acercado, ¿habría escuchado algo? De todas formas hoy se lo tenía que decir todo-. ¿De qué habláis?
-De brujas –dijo Amber.
La fulminé con la mirada.
-¿Todavía seguís con eso?
-Sé que crees que no existen, pero ¿y si te equivocas? –inquirió-. Puede que vivan como personas normales.
-No me equivoco. Además, si la gente así existiera, sinceramente, no querría conocer a nadie así. Serían unos bichos raros. No sé, podrían hacerte cualquier cosa. No me gustaría estar cerca de alguno de ellos.
Se me calló en alma a los pies y la pequeña sonrisa que tenía se desvaneció por completo al oírle decir eso.
-De todas formas no tenemos ese problema porque no existen.
Definitivamente mi oportunidad de contárselo se había ido por completo en cuanto había pronunciado aquellas palabras. Si se lo contaba lo estropearía todo, sin duda. Él pensaba que era un bicho raro... Por un momento noté cómo las lágrimas amenazaban con llegar a mis ojos, que se me humedecían, pero las reprimí rápidamente. Sin embargo, él se percató del cambio de mi rostro.
-¿Qué te pasa?
-Nada –dije aparentando naturalidad, sin mirarle fijamente para que no se percatara de mis ojos-. ¿Vamos?
-Sí.
Pasó el brazo alrededor de mis hombros y nos dirigimos hacia el coche. De normal siempre me sentía segura bajo su brazo, pero en aquel momento me sentía incómoda.
Paró frente a mi casa. Bajé del coche y noté cómo Eric me miraba con algo de preocupación, probablemente había notado mi cambio de humor.
-Nos vemos mañana –me acerqué para darle un beso. Sonrió ligeramente.
Me dirigí hacia la puerta y mientras rebuscaba las llaves oí a Amber detrás de mí. Me volví hacia ella que me tendía la chaqueta que me había dejado en el coche.
-Lo siento –se disculpó en voz baja-. No pensaba que iba a decir algo así, ya sabes que yo hablo demasiado.
-Da igual. Probablemente si se lo hubiera dicho lo hubiera estropeado.
-¿Significa eso que no se lo contarás?
-Ya has oído lo que ha dicho, Amber –dije agachando ligeramente la cabeza-. Nos vemos mañana.
Cogí la chaqueta y entré en casa.
-Hola –saludó mi hermana desde el sofá.
-Hola –conteste sin ánimo.
-¿Y esa cara? ¿Ha pasado algo?
Me dejé caer a su lado, pero antes de que pudiera decir nada mi abuela bajo las escaleras.
-Has llegado justo a tiempo, Samira.
-¿Para qué?
-Me voy ahora a la escuela, ¿quieres venirte?
-Sí, claro.
Me levanté del sofá, me puse la chaqueta y me dirigí de nuevo hacia la puerta.
-Te equivocas de camino –me advirtió Phoebe con una risa.
Me giré y le miré extrañada, luego me volví hacia mi abuela.
-A la escuela se va de otra forma.
Alargó el brazo para que le cogiera de la mano. Lo hice, sin mucha confianza.
-Al principio es algo molesto –me advirtió antes de que todo se volviera negro.
Cogí una bocanada de aire y caí de rodillas sobre el césped.
-Dijiste algo molesto –le recriminé.
-Te acostumbraras.
Me levanté poco a poco y me quedé observando a mí alrededor. Frente a mí se extendía una inmensa explanada que llegaba hasta el lugar donde se alzaban dos redondas torres unidas por un arco, formando la entrada de la enorme escuela. Había gente por todas partes, que aparecían de la nada, y al parecer sin causarles ningún mareo la teletransportación.
-Madre mía –susurré asombrada.
-Bienvenida a Itziar.